
La vida se compone de pequeños actos aislados entre sí que, por alguna razón incomprensible, se unen lentamente hasta componer una suerte de obra de teatro cargada de sentimientos y vivencias, que convierten en único a cada uno de sus actores y, a la vez, en protagonista a uno.
Una red de amigos, familia y entorno que nos hace crecer y ser.
Que da satisfacciones y tristezas.Pero sobre todo satisfacciones.
A uno le apetece sentarse en una mesa y reír, sin más. Sin menos. Reír hasta llorar recordando lo que fuimos y alegrándonos de lo que somos.
Reír como si no pasase un tiempo ya pasado. Sin importar el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos. ¿Acaso el tiempo ha pasado?¿Acaso no seguimos viéndonos cada día en nuestros sueños y en nuestras vivencias? El pasado, y con él todos lo que lo componen, forman nuestro hoy. Y se diluye para convertirse en presente.
No fuimos. Somos. No hace falta decir el qué. Simplemente somos. Y jamás me arrepentiré de formar parte de esta red que va más allá de la amistad. De este teatro de la vida que se carga de secundarios tan primarios que se hacen indispensables. E impensable una vida sin ellos.
No fuimos. Somos. No hace falta decir el qué. Simplemente somos. Y jamás me arrepentiré de formar parte de esta red que va más allá de la amistad. De este teatro de la vida que se carga de secundarios tan primarios que se hacen indispensables. E impensable una vida sin ellos.