miércoles, 16 de diciembre de 2009

El Cuaderno de Bitácora


Primer día. Dos de octubre.

Hace poco que amaneció y el pesquero gallego "Ízaro" navega por aguas del Atlántico Norte a una velocidad constante de 17 nudos. Su destino son los caladeros de atún próximos a la Isla del Vasco.
A primera hora de la tarde el barco se adentró en un espeso banco de niebla; se encuentra a 400 millas al sur de Islandia con 36 tripulantes a bordo, 16 de ellos musulmanes.
Alrededor de las 17:30 h., se escuchan varios gritos secos. La visibilidad es prácticamente nula. ¡Horror! tropiezo con un objeto indeterminado y caigo de morros sobre la cubierta. Cuando la niebla y la distancia me lo permite, descubro dos cuerpos ensangrentados con sus cabezas colgando de un simple y fino nervio. La masacre parece obra de un experto carnicero. Los cadáveres pertenecen a los marineros Victor y Antonio Farfán. Siento especial pena por Antonio, era un buen marinero y, sobre todo, un excelente conversador.
Alrededor de las 19:23 h., el capitán decide enviar un SOS a los guardacostas.

Segundo día. Tres de octubre.

Ya ha pasado un día del suceso y seguimos navegando inmersos en la espesa niebla. Toda la tripulación, incluido el capitán, no ha podido pegar ojo esta pasada noche. Me duele la cabeza horrores, y es que por mucho que intento tranquilizarme es inutil el esfuerzo.
El capitán se ha percatado de que hace tiempo que no ve al jefe de máquinas, exactamente desde que ayer se fuera a dormir. El capitán da la orden de buscarlo. Me acompaña el cocinero Santiago Mizoso y decidimos ir a su camarote. Cuando enfilábamos el último tramo del pasillo, oímos un grito pidiendo piedad. La puerta estaba atrancada. Después de varios intentos logramos abrirla: el camarote estaba casi a oscuras sólo iluminado por un pequeño flexo. El jefe estaba sentado sobre su litera, dándonos la espalda, cuando el cocinero Mizoso se acercó, le agitó el hombro y su cabeza se descolgó.

Tercer día. Cuatro de octubre.

A la espera de la deseada ayuda, el capitán decide organizar grupos de vigilancia. No ocurre nada durante toda la jornada; parece que la estrategia está surtiendo efecto. Pero no puedo borrar de mi mente aquellas cabezas decapitadas que descansan, junto a sus cuerpos, en el congelador del pesquero. La espesa niebla sigue envolviéndolo todo, incluidas las ideas y el miedo. Los instrumentos de navegación no funcionan.

Once días después de los hechos. Quince de octubre.

No recibimos ninguna señal de respuesta por parte de los guardacostas o de algún buque próximo. Reunidos todos los oficiales y el resto de marinería en el cuarto de derrota para seguir planificando una estrategia, Rubén Castro, el pescador más experimentado, decide ir al baño. Dijo que regresaba en un instante, pero como no volvía decidimos ir a buscarlo. ¿Cabría la posibilidad de que uno de nosotros fuera el asesino?
Cuando lo encontramos, estaba sentado en el suelo del sollado de babor, aterrado; se había defecado encima. Farfullaba que había visto a una mujer fantasmagórica y de enorme belleza dirigirse hacía la sentina. Sin duda, el miedo estaba haciendo estragos.
Esa misma noche, Castro se lanzó al mar desde el castillo de proa. Algunos marineros comentaron que le habían oído decir, que prefería suicidarse a ser asesinado brutalmente.

Doce días de terror. Dieciséis de octubre.

Esta mañana encontramos al electricista Andrés Vilas amarrado a unas cadenas del cuarto de maquinas con las piernas mutiladas y sus genitales en la boca. ¡Es posible tanto horror y maldad!

Día uno de noviembre.

Estoy fumando tabaco de pipa y descansando en el alerón de estribor, a pesar de la espesa niebla, el mar parece en calma e incluso creo poder tocar con los dedos de mi mano el pueblo marinero donde nací. Un grito rompe el silencio sepulcral, seguido de más gritos de horror del contramaestre Carlos Córdova: – ya lo sé, yo soy el próximo –.
Corro hacía el origen del alarido y descubro un rastro de sangre en el suelo que se pierde por el final del puente. Pido ayuda pero no aparece nadie. ¡Estoy solo! Solo y la densa niebla; solo y el terror; solo y la angustia que aprieta mi pecho; solo y el instinto de supervivencia.
Cuando creo que es mi hora, de repente suena una sirena y el foco de una fragata de guerra ilumina el atunero, los haces de luz se cuelan por todos los ojos de buey del barco: – ¿es posible? oh, sí, la armada, estoy sal... –.

Los militares de la Fragata encontraron este cuaderno de bitácora entre los brazos de un cadáver decapitado, al parecer lo apretó contra su pecho hasta que el asesino acabó con su vida. Según las investigaciones, los asesinatos del atunero "Ízaro" fueron perpetrados por piratas islandeses. El caso dio la vuelta al mundo, y la repercusión política y social fue tal, que los gobiernos decidieron no volver a pescar en aquellas aguas internacionales. Pero algunos viejos lobos de mar defienden la idea de que no fueron piratas, que, una vez más, fue ella.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buena historia, a ver si cuentas más como esta, me encantan las leyendas de mar, de naufragios etc.

Miguel Angel dijo...

Una buena história si señor. La verdad es que acojona y, esa " ella", que mala,mala,malaaaa.

AMALIA dijo...

Me parece impresionante...¡¡Qué misterios encierra todo lo que rodea al mar!!...Una historia inquietante,en verdad.

Juan dijo...

Muy buena historia, pero ¿por qué me suenan tanto sus personajes?
Menos mal que es una (muy buen) relato inventado..... XD...........!!!!!