sábado, 11 de diciembre de 2010

Caldo para recordar


Hace muchos años que sigo una rutina que aún hoy en día me viene acompañando: tomar un cuenco de caldo calentito a la hora de la cena, ha sido para mi algo así como iniciar la temporada de invierno. Y la semana pasada, volví a tomarlo. Y quizá por esa asociación de aroma y sabor, me acordé de mi infancia, cenando en casa con mis padres y hermanos o con el abuelo Manuel que siempre se sentaba en una silla aparte mientras pelaba castañas. También la abuela María nos hacía unos hermosos caldos en invierno y la tía María siempre nos hacía compañía.
Hoy ya no me quedan abuelos, pero a veces me acuerdo de ellos, incluso del abuelo Vicente al que sólo conozco de verlo en fotos en blanco y negro o la abuela Manuela que se fue cuando era pequeñito.
Y hoy, mientras estaba sentado en el sofá de casa, mirando a mi ratón Miki subido a su taca-taca con su chupete, intentando tirar el árbol de navidad mientras me mira con esa cara mezcla de inocencia y de travesura, pensé en si algún día llegaré a ser abuelo y si mis nietos me recordarán al igual que yo me acuerdo ahora de mis abuelos.
Y como ese caldo al inicio de este invierno, que tantas cosas buenas parece traerme, me he acordado de los que ya no están, del tiempo que hace que no veo sus sonrisas.





2 comentarios:

AMALIA dijo...

¡¡Cuántas cosas y cuántos momentos se echan de menos!!...Hay tanto para recordar...Me acuerdo cuando era pequeñita y mi padre desayunaba "de tenedor". Me encantaba mirarlo y él,siempre tan bueno, me daba a probar un poquito de todo. ¡¡Tiempo querido!!...

Anónimo dijo...

Nunca tomé un caldo tan rico como el de la abuela María, creo que se levantaba muy temprano para prepararlo y luego lo dejaba cociéndose doscientas horas a fuego lento. Recuerdo también el aura de paz y tranquilidad que desprendía la tía María, de hecho nunca vi que le ladrase un perro. Cuando iba a la aldea se llevaba de paseo las vacas y le seguían todas a paso militar.